Atilio Borón
25/01/2014.- No es un milagro, pero
casi. Contra todos los pronósticos la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) se va consolidando como institución “nuestroamericana” y está
a punto de celebrar en La Habana su Segunda Cumbre de Presidentes. Decimos
“milagro” porque ¿quién habría podido imaginar, hace apenas cinco años, que el
sueño bolivariano de Hugo Chávez –sueño fundado en un impecable diagnóstico de
la geopolítica mundial- por construir un organismo regional sin la presencia de
Estados Unidos y Canadá rendiría sus frutos?
Para ello Chávez y quienes lo
acompañaron en esta empresa patriótica tuvieron que vencer toda clase de
obstáculos: la resignación de algunos gobiernos, la claudicación de otros, el
escepticismo de los de más allá y la sistemática oposición de Washington, dato
nada menor en la política de nuestros países. Eppur si muove, diría Galileo al
contemplar la concreción de este proyecto bolivariano que por primera vez en la
historia nuclea a todas las naciones de América Latina y el Caribe con la sola
excepción -¡por ahora!- de Puerto Rico. Sin dudas, el fortalecimiento de la
CELAC -como el de la UNASUR en el plano sudamericano- son muy buenas noticias
para la causa de la emancipación de la Patria Grande.
La Casa Blanca intentó primero impedir
el lanzamiento de la CELAC, realizado en Caracas en Diciembre del 2011 con la
presencia de su incansable promotor y mentor, ya atacado por el cáncer que le
costaría la vida. Al fracasar en su intento el imperio movilizó a sus aliados
regionales para abortar –o por lo menos, posponer para un futuro indefinido- la
iniciativa. Tampoco resultó. La siguiente estrategia consistió en utilizar
algunos de sus incondicionales peones en la región como caballos de Troya, para
malograr desde adentro el proyecto. No avanzó demasiado, pero consiguió que el
primer gobierno que ejerció la presidencia pro témpore de la CELAC durante el 2012,
el Chile de Sebastián Piñera, declarase por boca de Alfredo Moreno, su
canciller, que “la CELAC será un foro y no una organización, que no tendrá
sede, secretariado, burocracia ni nada de eso”. ¡Un foro!, es decir, un ámbito
de amables e intrascendentes pláticas de gobernantes, diplomáticos y expertos
que ni por asomo pondría en cuestión la dominación imperialista en
Latinoamérica y el Caribe.
Y la Casa Blanca también logró, a través
del militante activismo de sus principales amigos de la Alianza del Pacífico:
México, Colombia y Chile, que todas las decisiones de la CELAC debieran
adoptarse por unanimidad. Parecería que la “regla de la mayoría” –tan cara a la
tradición política estadounidense- sólo funciona cuando conviene; cuando no, se
impone un criterio que de hecho le confiere poder de veto a cualquiera de los
treinta y tres miembros de la organización. Pero ésta es un
arma de doble filo: Panamá u Honduras podrán vetar una resolución que exija
poner fin al status colonial de Puerto Rico, pero Bolivia, Ecuador y Venezuela
podrán hacer lo mismo ante otra que proponga requerir la colaboración del
Comando Sur para combatir al narcotráfico.
El segundo turno presidencial de la
CELAC, durante el 2013, recayó en Cuba, y el presidente Raúl Castro Ruz dio
pasos importantes para desbaratar las maquinaciones del canciller chileno: se
avanzó en la institucionalización de la CELAC y se creó el embrión de una
organización que para esta próxima Cumbre pudo elaborar 26 documentos de
trabajo, algo que ningún foro hace. Algunas propuestas, como la declaración de
América Latina y el Caribe como una “Zona de Paz” serán objeto de un sordo
debate porque no se trata sólo de evitar la presencia de armas nucleares en la
región -¿cómo saber si ya no las hay en la base de Mount Pleasant, en nuestras
Islas Malvinas?- sino también de utilizar el recurso de la fuerza para dirimir
conflictos internos.
Este tema hace subrepticia alusión a la
tradición intervencionista de Washington en Latinoamérica y a la presencia de
sus 77 bases militares en la región, cuyo propósito es exactamente ese:
intervenir, cuando las condiciones lo aconsejen, con su fuerza militar en la
política interna de los países de la región complementando la abierta
intervención que ya Washington realiza en todos ellos.
Recuérdese, para poner un ejemplo bien
didáctico, el decisivo papel de “la embajada” para determinar el ganador de la
reciente elección presidencial en Honduras. El tema, como se ve, será uno de los más urticantes y
divisivos porque hay gobiernos, y no son pocos, que no sólo toleran la
presencia de esas bases militares norteamericanas sino que, como Colombia, Perú
y Panamá, las reclaman. Otro tema potencialmente disruptivo es la aprobación de
la propuesta venezolana de integrar a Puerto Rico a la CELAC -lo cual es
absolutamente lógico teniendo en cuenta la historia y el presente de ese país,
así como su cultura, su lengua, y sus tradiciones- pero que probablemente
suscite reservas entre los gobiernos más cercanos a Washington para quien
Puerto Rico es un innegociable botín de guerra.
Una guerra cuya victoria les fue
arrebatada a los patriotas cubanos y merced a lo cual con la apropiación de
Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, la Roma americana iniciaría su ominoso
tránsito de la república al imperio. Se descuenta, en cambio, un apoyo unánime
para el reclamo argentino en relación a las Islas Malvinas, al levantamiento
del bloqueo a Cuba y para otras propuestas tendientes a reforzar los vínculos
comerciales, políticos y culturales. Se sabe que Ecuador presentará una
propuesta de repudio al espionaje que realiza los Estados Unidos y de
desarrollo de una nueva red de comunicaciones en la Internet a salvo de la
interdicción de Washington; y que es probable que se aprueben propuestas
concretas en relación al combate a la pobreza y que se examinen alternativas
para consolidar el Banco del Sur y, eventualmente, para crear una gran empresa
petrolera latinoamericana, tema sobre el cual el presidente Chávez había
insistido una y otra vez.
La transición geopolítica internacional
en curso, y que se manifiesta en el desplazamiento del centro de gravedad de la
economía mundial hacia el Asia-Pacífico; la declinación del poderío global de
Estados Unidos; el irreparable derrumbe del proyecto europeo; la persistencia
de la crisis económica estallada a fines del 2007 y que sólo parece acentuarse
con el paso del tiempo y la permanencia de un “orden” económico mundial que
concentra riqueza, margina naciones y profundiza la depredación del medio
ambiente han actuado como poderosos alicientes para remover la inicial
desconfianza que muchos gobiernos tenían en relación a la CELAC.
El acuerdo logrado en Caracas en 2011
establecía que una troika se haría sucesivamente cargo de la presidencia
durante los primeros tres años: comenzó Chile, siguió Cuba (ratificando el
repudio continental al bloqueo estadounidense y su propósito de aislar a la
Revolución Cubana) y al terminar esta Cumbre la presidencia se trasladará a
Costa Rica. Este país, incondicional aliado de Washington, deberá afrontar unas
decisivas elecciones el próximo 2 de Febrero, cuando por primera vez en décadas
la hegemonía política de la derecha neocolonial costarricense estará amenazada
por el ascenso de un nuevo y sorprendente actor político: el Frente Amplio.
La
actual presidenta, Laura Chinchilla, por largos años funcionaria de la USAID,
garantizaba con el triunfo del oficialismo la “domesticación” de la CELAC y el
retorno al proyecto acunado por Sebastián Piñera y expresado con total descaro
por su canciller. Pero todas las encuestas dan por sentado que habrá una
segunda vuelta y allí el discurso y las propuestas bolivarianas del candidato
del Frente Amplio, José M. Villata, podrían catapultarlo a la presidencia de
Costa Rica.
Por
supuesto, al igual que ocurriera pocos meses atrás con las elecciones
presidenciales en la vecina Honduras todo el aparato de inteligencia,
manipulación mediática y financiamiento de los partidos amigos ha sido ya
puesto en marcha por Washington, para quien una derrota de la derecha
neocolonial costarricense sería un revés de amplias repercusiones regionales.
Si tal cosa ocurriera, la CELAC podría dar un nuevo paso hacia su definitiva
institucionalización, algo que América Latina y el Caribe necesitan
impostergablemente.
Dr. Atilio A. Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a
Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina. Premio
Libertador al Pensamiento Crítico 2013.
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